miércoles, 24 de febrero de 2010

AL COMPÁS DE LA MÚSICA


Después de una parada en el camino vuelvo a escribir al son de la música. El poco tiempo para la inspiración me ha robado letras sin piedad, pero esta noche de lluvia me concedo la melodía de las palabras.

Las notas musicales son letras de alfabetos universales, forman las palabras que se leen con el cuerpo, las palabras que el alma reconoce cuando llora y cuando ríe, cuando recuerda y cuando baila, cuando vive y cuando muere.

La música se convierte en un espejo de infinitos lugares, esos que tanto me gusta visitar cuando cierro los ojos, también se convierte en un espejo de infinitos secretos, esos que habitan en todos los corazones y que despiertan con una sutil llamada para amanecer de nuevo.

Al compás de la música siento el arte que me inspira en este instante, puedo sacar las tímidas letras escondidas y que me acompañan en mi viaje por la vida. Mi cuaderno guarda las palabras, pero esta vez, guarda también las notas musicales que me acompañaron. Leyendo lo que escribí un día pasado, puedo otra vez bailar con los árboles que fueron testigos de mi amor, en mi cuaderno guardo mis tesoros y estas son las notas musicales que ahora comparto y dejo libres para que otros corazones las escuchen:

Mi cuaderno, página 23:

Me levanté del gran árbol, ese que me había protegido con sus esbeltas hojas y me había arropado con la energía que sólo un ser milenario posee. Cerré mi cuaderno y dejé guardado para siempre entre sus páginas el primer cuento que escribí en mi vida, fruto de la magia del camino en el que me encontraba, fruto de los sueños donde el piano sonaba de fondo. El piano murió en ese cuaderno, en ese sueño, pero la música siempre suena cuando se quiere escuchar, la música siempre suena cuando no se deja de soñar.

El camino mágico, el de Santiago, me regaló la más bella música que el alma puede entonar: el silencio. Ese que me abre los ojos para verme por dentro, ese que limpia mis oídos para escucharme, ese que se desliza sobre mi piel arrastrando el polvo y el ruido de los días, ese que vacía mi mente para poder ver más allá de lo palpable, para poder ver también, lo más cercano y que a veces se me escapa.


La música del silencio acompañaba a mis pasos muriendo en la tierra, al agua corriendo viva por los riachuelos, al calor del sol envolviendo mi rostro, mientras, yo bailaba al compás de mi corazón sin pensar nada, sin esperar nada, simplemente caminaba. En este estado me encontraba cuando comencé a escuchar un nuevo sonido que acompañaba al silencio y lo apartaba de mi lado.

Apoyado en otro gran árbol, de esos que nos vigilan en el camino, se encontraba él, tenía los ojos cerrados, su boca y sus dedos se entrelazaban al son de la melodía jugando con el viento, pero él no estaba presente en ese momento, estaba volando entre las nubes mientras regalaba su don a los caminantes. Me senté cerca a contemplar el espectáculo de colores y sonidos, esta vez no tenía que viajar a los sueños ni a los recuerdos para escuchar música, la tenía delante, en el camino del silencio.

No recuerdo el tiempo que estuvimos sentados el uno frente al otro sin que nadie más pasase, el concierto era sólo para mí, lo viví y lo agradecí como un regalo, fue una breve eternidad para todos los sentidos. Dejó su flauta en el suelo y me sonrió, le ofrecí agua y una sonrisa, pues las palabras que otras veces salen de mí atropellándose unas contra otras se habían quedado aletargadas, lentas e inexistentes con la sonora experiencia. Creo que me enamoré un instante de los ojos de ese desconocido que comenzó a hablar sin que yo le preguntara, no hizo falta.

Me dijo que con la música olvidaba los problemas, se escapaba a otros mundos donde la realidad no existía, donde era libre de las complicaciones mundanas. Las notas musicales eran sus mantras, la melodía su meditación. La música era su conexión con el más allá, porque si existía un cielo, éste debería estar lleno de música. Me dijo que él intentaba traer un trozo de cielo a la tierra que pisábamos, pero que cuando abría los ojos y sus dedos dejaban de tocar, el cielo se esfumaba, los caminantes seguían su andadura y todo se convertía en algo tan efímero que le causaba un gran dolor y una gran insatisfacción.

Las primeras palabras que consiguieron salir de mi boca le agradecieron su don y que me hubiera regalado el cielo. Las que salieron de la suya siguieron siendo para mí un regalo:

“Mi don es amar lo que hago, mi don es regalarlo a la vida, a ti. A todo el que pase por mi lado yo le daré lo mejor que hay dentro de mi Ser. Si todos hiciéramos lo mismo el cielo en la tierra no sería tan efímero. Lo mejor que hay dentro de cada persona no tiene porque pertenecer a las artes, lo mejor puede ser una sonrisa, lo mejor puede ser un abrazo, lo mejor puede ser una mirada que desnude toda muralla de la mente. El mayor arte que se puede regalar es ser uno mismo.”

El silencio del camino se apoderó de mí otra vez, le regalé mis lágrimas, mi sonrisa y un cálido abrazo. Me senté enfrente y le invité con una tierna mirada a que me regalase su cielo otra vez, antes de seguir caminando hacia mi destino, porque mi cielo era escucharlo, mi cielo era él en ese instante eterno.

Al son de la música las páginas blancas de mi cuaderno volvían a recibirme expectantes, pues el primer cuento que escribí días antes en sus blancas hojas fue una sorpresa incluso para mí. Ahora comenzaba a escribir el segundo cuento, debía convertir las notas musicales en letras y la melodía en una historia que llevase un trozo de cielo a otros. Debía conseguir que lo efímero se alargase lo más cerca posible a lo eterno y que la sensación de dolor e insatisfacción que sentía mi músico disminuyese y desapareciese cuando comprobara que nada es tan efímero como el pensaba.

Le escribiré que escuchando su música en estos momentos no me alejo de los problemas, no me escapo a otros mundos donde la realidad no existe, no me siento libre de las complicaciones mundanas. Sintiendo su música observo como los problemas disminuyen su tamaño, pues comparados con el cielo que me ofrece se convierten en cenizas. Sus notas musicales están dentro de mi realidad por lo que no quiero viajar a otros mundos, pues en éste está el cielo que él me regala, están los cielos de muchas personas que encontraré en el camino y que si volase siempre a otras realidades no conseguiría ver. Las complicaciones mundanas no son tan complicadas cuando ponemos música en el corazón, cuando ponemos sonrisas y cuando el humor se hace fiel compañero de viaje. Incluso las lágrimas a veces traen detrás un bonito regalo.

Arranqué del cuaderno las páginas de este corto relato y las dejé a su lado bajo una piedra mientras él seguía ausente entre sus notas. Comencé a caminar sintiendo que le había dado lo mejor de mí: mi sensibilidad, mi valoración de la vida, mi gratitud, mis lágrimas, mi sonrisa y mi intención de que esa sensación de “cielo efímero” se borrase de su Ser. A esta caminante la había enamorado un instante, a esta caminante le hizo entender la música y los dones como nunca antes los había entendido. Nada es efímero y todo perdura en algún lugar, sólo debemos desear verlo. El silencio nos ayuda a encontrarlo.

No te lo he dicho pero me llamo Layna, y este cuento es mi regalo para ti.