jueves, 18 de marzo de 2010

NO NECESITO A UN POETA (relato completo)



Mis secretos más profundos son telas de arañas en mi cuaderno, ese que me acompaña en mi viaje por la vida, con sus tristes y solitarias páginas en blanco, esperando recoger de mis manos el fruto de los días, el fruto del desencanto, el fruto de la alegría.
Es el que conoce mis profundidades, el que me las recuerda cuando las olvido, el que me mata con sus flechas de verdad, el que me araña con sus letras, el que me acaricia con la paz.

El piano conquista mis viajes por las letras cuando me concedo la melodía de las palabras, cuando mi alma necesita expresar, cuando mi cuerpo olvida hablar.

“El amor ya no es amor
cuando es obsesión, lujuria y pasión
cuando te impide respirar
porque lo que deseas es amar
pero después del sudor
sólo queda soledad”

Éste proyecto de poema salió de mis manos en días y noches de deseo, cuando mi piel, mi boca y mis piernas anhelaban el salado sentir de la fuerza arrolladora que te eleva a otro mundo, a otro cielo, no de ángeles y música, sino al cielo del placer, al de los sentidos en erupción, en el que se navega en una balsa de humedad, del sexo elaborado, de las lenguas encontradas por el desierto de las curvas buscando su oasis, para beber de él, hasta caer rendidos a los pies del divino pecado.

La prosa me llama, me busca, me habla. La poesía me ha encontrado, sorprendido y enamorado.
Un poeta me arrancó la prosa, me escupió la poesía enmascarada de las páginas que ahora escribo, me llevó a esa isla de donde no pude escapar hasta borrar de mi cárcel cada destello de una tierna mirada que conquistó hasta el último suspiro de mi alma.

Volví a nacer, salí nadando de esa isla, rompí las rejas de la cárcel de su boca y salí al océano de la libertad y del amor verdadero, ese que te cuida y te eleva con tan solo existir, con tan solo sonreír. Descubrí que no necesito a un poeta para vivir, por que el hecho de vivir ya es la mayor poesía escrita, cantada y dibujada por el más grande los poetas, descubrí que todos somos poetas.
Desato las páginas y las dejo escapar de mi cuaderno con un rumbo incierto, hacia un destino que desconozco y que no me importa, por que regalo estas páginas al viento, a ese sabio que las guiará, para que las acompañe donde puedan emocionar, donde puedan enseñar, donde puedan robar sonrisas o lágrimas, donde quizá sean incomprendidas o quizá sean fieles reflejos de otras vidas.

Un poeta me enamoró, y testigo del poema fueron las sufridas y silenciosas páginas de las que ahora me deshago, las escribí cuando todo había pasado, cuando pude mirarlo desde el prisma de la tranquilidad, desde mi recuperada muralla, pues en ese tiempo de versos también olvidé que mis palabras y las de todos son tesoros con el mismo valor.

Soñé con un castillo varias veces, con una gran y majestuosa muralla desde la que podía divisar un paisaje verde, con pinceladas de amarillo, rojo y violeta hasta su unión con el cielo. Estaba sola, pero la sensación de plenitud y grandeza de la muralla me acompañaban. Podía verme desde fuera, como si de una película se tratara, de pie mirando al horizonte.

Había tenido un sueño lúcido, donde el soñador se da cuenta de estar soñando. Los que tienen la suerte de tener a menudo este tipo de sueños se llaman onirautas, pueden controlar los sueños a voluntad llevando a cabo sus deseos en los mismos. Estos sueños son notables por perdurar en la memoria, son sueños llenos de color, difíciles de olvidar. Tan difícil de olvidar que aún está en mis pupilas ese paisaje. El simbolismo del castillo en el mundo de los sueños me llevó a descubrir mi deseo de espiritualidad, mis ansias de trascender lo mundano y convertirme en la protagonista de historias especiales y con mayor significado. Esperaba algo importante mientras miraba grandiosa al horizonte en ese sueño, poco tiempo después, ese algo me llegó en forma de poeta.

No soy onirauta, no puedo viajar en los sueños a los lugares que deseo, sólo puedo observarme y sentir como si mirara a través de un cristal, sin poder tocar. Días más tarde soñé varias veces con gusanos de seda, los veía descender en su capullo colgados del techo por un fino hilo que los sujetaba a la vida. Muchos de ellos se transformaban en mariposas y salían volando agitando sus alas hacia el cielo, alas en las que observaba con detalle sus dibujos y colores, donde el violeta era el protagonista de esa acuarela.

La ansiada y futura transformación espiritual vino a visitarme a los sueños en forma de gusano y mariposa, en forma de castillo y de paisaje para avisarme de lo que vendría. Lo comprendí cuando todo pasó, cuando el poeta marchó, pues muchos sucesos de la vida los entendemos cuando han llegado a su fin y podemos mirarlos con la claridad del tiempo, con el prisma de la distancia.

Como respuesta a mis ansias inconscientes de trascender lo mundano y vivir historias especiales llegó un día a mi vida un ser diferente, de luz y de sombras, un maestro en el arte de amar, un maestro cuyo método didáctico fue jugar con mi debilidad ante un poema, mi debilidad ante el brillo de unos ojos, mi debilidad por la búsqueda de lo que yo creía especial. Más tarde aprendí que lo grandioso no está en un horizonte lejano ni en bellos poemas cuyos autores solo usan el corazón para escribir, no para vivir.

Me atrajo su mundo desconocido, sabía que debía de entrar, investigar, observar y vivir intensamente el regalo recién llegado. Si el tiempo me dejara volver atrás volvería a adentrarme otra vez en esa cueva. Volvería a entrar a pesar de las lágrimas que en su oscuridad encontré, porque antes de las lágrimas encontré una entrada de luz y piedras preciosas que ningún minero ha sido capaz de dejar al aire libre. Nunca fui minera ni geóloga, no quiero serlo, prefiero trabajar a la luz del día, viendo mis paisajes. Cuando encuentre una nueva cueva entraré y contemplaré los metales preciosos, sacaré de la oscuridad mi lección y seguiré andando sabiendo que la verdad está mucho más cerca, disponible para todos.

Con un poema dedicado a mi sonrisa y a mis ojos despertó en mí el poeta esa chispa que necesita el arte para existir. Nos encerramos en nuestra burbuja, pero las burbujas son terriblemente frágiles. Era un ser solitario, de esos artistas que parecen perdidos en un mundo que no es el suyo, como si los hubieran dejado aquí por equivocación, pero con soltura suficiente para conquistar mujeres ansiosas de la grandiosidad que vivir la vida en verso puede dar. Inteligente, libre, soñador, dispuesto a vivir el amor sin miedos ni limitaciones, seguro y con deseos de aprender, de vivir, de enseñar…Entró en mi vida como una tormenta explosiva a todos los niveles.

Se convirtió en mi elixir, en mi perfume, en mi droga necesaria de sudor, en mi debilidad hecha carne. Entre reflexiones elevadas y besos sin descanso dormí muchas cálidas noches abrazada a su cuerpo. El placer estremecía a todo mi ser. Sus versos producían en mí orgasmos literarios, de metáforas y rimas que acariciaban dulcemente mi vida y me llevaban a otros mundos. Él era feliz, todo lo que me daba le salía del alma, así lo sentí, así lo viví.
También salían de mis manos palabras hacia él, conservo algunas que en algunos días de balance vital recuerdo con cariño, pero que ya están en las estanterías de esa que llamo mi biblioteca de la vida.

Perdí la noción del tiempo en estos jardines del mar donde nadé sin salvavidas. Me ahogué en mis expectativas, en mis sueños, en mis deseos, en mi mentira de perfección tras la muralla de insensatez que había creado por alguien que no conocía, sólo había leído sus versos y escrito su cuerpo. A sus ojos les creí, pero no quise ver que más allá, no quise ver que era un hombre y no un ángel, y todo hombre está formado por valores opuestos, por contrarios. No dudo de todo lo bueno que me regaló, sé que todo fue verdad hasta que dejó de serlo.

No sé cuando empezó a desaparecer, cuando empezó a esfumarse de entre mis dedos, de entre mis piernas. Su vapor quedó incrustado en mi piel, su olor entre mis dedos, sus poemas deshechos en mi alma, su grandeza pisoteada por su cobardía e inmadurez. No lo volví a sentir, sólo sentí el odio que deja alguien que desaparece sin rastro, sin palabras, sin sinceridad. Sólo sentí el vacío del no entender la huída como opción en esta vida. Las primeras noches de su silenciosa ausencia dejé la puerta abierta por si regresaba, mi debilidad ya le había perdonado, mi debilidad tapaba mi esencia, mi fuerza, el amor por mí que puse en sus manos.

Caí en las mazmorras, esas que me quedaban por visitar y luché con el odio que nunca había sentido. La lucha fue solitaria, dura y dolorosa. Cada minuto de los interminables días de ese verano de tormentas y tormentos tuve que vivir con lo peor de mí. Viví intensamente mi dolor, no lo escondí, me hice su amiga y lo acepté, comencé sola mi curación emocional para poder volver a soñar con majestuosos paisajes delante de mis ojos y con violetas mariposas volando al cielo.

Una tarde, de esas en las que mis sonrisas ya no camuflaban la tristeza, lo vi sentado en un banco en una pequeña y acogedora plaza del centro de la ciudad, de esas que invitan a contemplar los árboles o leer un buen libro al aire libre. Pasé por delante de él, tan cerca que sentí su tímido olor o fue el recuerdo aún gravado. Leía en alto el que todavía sigue siendo uno de mis poemas preferidos:

“…A esta isla que soy, si alguien llega,
que se encuentre con algo, es mi deseo;
manantiales de versos encendidos
y cascadas de paz es lo que tengo…
un nombre que me sube por el alma
y no quiere que llore mis secretos
y soy tierra feliz que tengo el arte
de ser dichosa y pobre al mismo tiempo”
Isla ignorada, Gloria Fuertes


Tuve tiempo desde que lo vi para dar la vuelta y tomar otro camino, pero la cobardía y la huída nunca fueron mis compañeras de viaje, no quise cargar la maleta con ellas, pues sin peso el camino se hace más liviano. Quizá un tiempo antes no hubiera estado preparada y el dolor me hubiera vencido, pero cuando la serenidad, transparencia y voluntad te acompañan las decisiones más difíciles de tomar suelen ser los caminos más fáciles. No sabía si esta batalla la ganaría o la debilidad me acompañaría unos días más después del reencuentro, pero tenía que mirar otra vez esos ojos para saber si el rencor estaba enterrado o se había marchado para siempre.

El recuerdo de mi olor también voló a su cuerpo y levantó la mirada hacia mí justo cuando pasaba por delante. Gloria Fuertes cayó al suelo y también cayó su escondite. Seguí caminando con cierto nerviosismo, pero con la satisfacción que da el haber hecho lo correcto. Mis pasos solitarios duraron unos segundos, pues mi nombre salió de su boca mientras corría para alcanzarme. No recuerdo los meses que habían pasado, pero su voz era extraña a mis oídos y las facciones de su rostro eran extrañas a mis ojos. Los suyos brillaban, una lágrima se derramó ocupando el silencio de esa plaza. Sus palabras existían sólo para la poesía, no existían para la vida. Su miedo se hizo visible y transparente, la tristeza lo envolvió con la fuerza de un tornado, pues todo de lo que huyes te encuentra, y sus lágrimas me miraban implorando clemencia. O quizá su mirada fue una atacante defensa con el escudo del orgullo que pisotea la humildad y la verdad que busco en esta tierra. No lo sé, ya no lo recuerdo.

Él no podía hablar, yo ya no lo necesitaba. Había pasado el tiempo en que las palabras por decir llenaron un vacío en mi alma. Le sonreí y le dí las gracias por todo, me despedí con un hasta siempre aunque me temblaban las piernas al pronunciarlo. Paso a paso fui alejándome de lo mejor y de lo peor que había pasado en mi vida. Pasaron unos días extraños donde la debilidad vino a visitarme en algunos momentos, pero ya no se quedaba a dormir. Los días siguieron con el sol del invierno hasta que llegó otro verano ya sin tormentas ni tormentos.

La valoración de esta historia pude hacerla meses más tarde del reencuentro. Recordé mis sueños con castillos y mariposas, mis deseos de transformación espiritual y de vivir historias especiales y sonreí. Fue especial enamorarme de un poeta, fue un regalo divino descubrir la poesía, mi cuerpo murió de placer ese tiempo y mi alma voló por los cielos, se hundió en las profundidades del ser humano y resurgió de sus cenizas hacia la luz de la vida y la valoración de las pequeñas cosas que nos rodean.
Recordé también que antes de la despedida definitiva de mi poeta recogí el libro que había caído al suelo ante el impacto del inesperado reencuentro. La página noventa y ocho me habló con estos cuatro últimos versos:

“Es triste y por que es triste lo confieso,
cuesta mucho vencerse, sin embargo,
intenta dar un beso al enemigo
verás que sale luz de tu costado.”
Lo confieso, Gloria Fuertes.

Ahora sé mejor lo que quiero, lo que deseo y lo que soy. Podría recrearme en millones de pensamientos, sensaciones y palabras que adornarían esta historia, pero ya la he olvidado, la imaginación está en otros cuerpos y el aburrimiento me envuelve obligándome a terminar este relato. Intenté dar un beso al enemigo.
Ahora me seguiré perdiendo por los caminos que me trace el destino, intentado recordar lo que aprendí para no cometer los mismos errores, aunque nada fue un error porque como dice el refrán “de poetas y de locos, todos tenemos un poco”.
Layna Ultreia











5 comentarios:

Maricarmen dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Maricarmen dijo...

Raquel, la vida está llena de sueños que nos avisan, y de poetas que solo viven para sus letras, como bien has relatado.
Un relato muy profundo, me ha encantado tu forma de terminarlo, lleno de sentimiento, de sinceridad, de perdón...
Un besazo.

Raquel dijo...

Gracias, gracias Isora. Por cierto el concepto de sueño lúcido lo aprendí de tu blog. Gracias por el principito. Esta historia es para ti y tu poeta. bsssss

Maricarmen dijo...

Raquel, pensé que mi primer comentario no la había leido nadie.
Me vinieron tantos recuerdos..., al leer la segunda parte de tu relato, que no pude envitar contarte un pelín de aquella historia, después eché marcha atrás y lo eliminé.
Pero me alegra que lo leyeras, pues iba para tí, por la semejanza a tu relato, aunque tu historia es más intensa.
Todo pasa y cicatriza, o eso dicen, aunque hay personas a las que, aunque no vuelvas a ver en la vida, nunca podremos olvidar...
Beeesos.

Pepa dijo...

Parece que escribe bien la ninia estaaaa, con todos esos seguidores que tienes!!! Enhorabuena titi. Creo que este me lo tengo que leer otra vez... Muac.